3 de octubre de 2012

Historias de personas

Cuando una persona sufre, cuando está deprimida, cualquier pequeña cosa le parece un mundo. El más mínimo objetivo se antoja inalcanzable y cualquier esfuerzo nimio, un desafio irrealizable. Tiende a pensar que tiene el mundo en contra, que nadie le ayuda, que es incapaz de hacer nada e incluso se siente culpable. Probablemente tenderá a aislarse del mundo que la rodea, querrá desaparecer de él; o por el contrario la dominará el victimismo y esa será su manera de reclamar ayuda. Magnificará su problema hasta encontrarlo insuperable o lo minimizará o lo desterrará de su memoria para poder seguir viviendo con resignación y sentimiento de culpa.

Eso no es vida.


A veces, salir de ese pozo sin fondo es tan sencillo como levantar la vista y mirar por la ventana, conocer otra historias, darse cuenta de que la suya no es la única, ni la más dramática y que siempre hay algo por lo que dar gracias, por lo que merece la pena salir. El mundo está lleno de experiencias que desconocemos porque nos pasan tan inadvertidas que no sabemos ni que existen. Pero también de historias que no queremos conocer, bien porque están tan alejadas de nuestra realidad que simplemente nos resulta difícil digerirlas, bien porque sabemos que solo un tabique nos separa de ellas y preferimos mirar hacia otro lado. Es posible que no las consideremos ni siquiera historias que valga la pena relatar.

En muchas de esas historias, hay un mensaje de supervivencia, de optimismo, de superación. Vale la pena conocerlas.

Una mañana, Luka miró por la ventana y se encontró de bruces con la odisea de Efiyi, salpicada de nombres, fechas y lugares, y sus avatares, su largo camino, sus desventuras, su desgracia y su supervivencia.

Un día, Hanna, tan feliz, tan enamorada, tan alegre, le habló a Kali de cómo había sido su vida en el pasado sin siquiera una trama de incidentes con la que entretejer una historia que sustentar en el dolor. Sin fotos, sin recordatorios, sin marcas, sin aparentes secuelas, sin datos concretos.

Las dos historias necesitan ser contadas, nos enseñan algo y nos muestran otras realidades: una, distante y desconocida; otra, próxima e íntima. También son las historias de esas personas "amarillas" que un día las tocaron con su luz, las siguieron con su mirada, les tendieron sus manos limpias. Las sacaron de su oscuridad con gestos sencillos. Los gestos a su alcance. Personas como Luka, Carmen y la pareja de Hanna. O como tú.

La historia de Hanna: Manos sucias, manos limpias
La historia de Efiyi: Una chica solvente (un relato de Luka)

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